El tiempo en realidad se ha detenido. Parece la calma chicha del mediodía cuando el viento no mueve el velero, y lo único que resta hacer es echar el ancla, echarse sobre cubierta, dejarse mecer un poco por la corriente y esperar que el sol empiece a bajar y que el aire vuelva a correr.
Decido no hacer nada y descanzar en la rutina de cada día, dedicarme a actividades pasivas como ir al cine (he visto In Bruges y Tropa de Elite, recomendables en ese orden), tomar interminables tazas de té, leer en el subte y observar el techo desde el sofá, escuchando Sumo, Lenine, REM o música al azar.
Intento no detestar a los clientes, apurados antes de irse de vacaciones para tener informes que probablemente no leerán hasta que regresen de la playa. Los colegas van y vienen de vacaciones, y a veces me siento que trabajo en un hotel.
La familia sigue bien. Mi madre recibió los resultados de su chequeo médico número 15, y al parecer no tiene absolutamente nada de qué preocuparse. Puede irse de vacaciones a Córdoba con los nietos.
Me siento un poco solo.
Unos amigos festejan la llegada del calor y esperan con ansia las vacaciones.
Otros trabajan más que nunca, que a alguien le toca producir.
Otros se sientan a fumar...