La temperatura se fue haciendo más intensa con la luna llena de julio. Durante el día ya superamos los 35 grados y aire no trae ningún alivio. Mientras busco casa nueva, a cada paseo por la ciudad le sigue un periodo de inactividad febril a casa o en alguna sala de cine, de bar o restaurante con are acondicionado.
El cuerpo reacciona de manera poco extraña. Una mañana en la oficina me di un golpe seco en las dos rodillas con la cajonera. Uno de esos accidentes estúpidos al girar la silla hacia la mesa de trabajo. Un segundo después una ola de dolor subió directo a mi cabeza como si hubiese tomado de golpe un litro de cerveza tirada. Quedé planchado, sentado en la silla como si estuvera dormido. De hecho, estaba semidormido, sentado y conciente de lo que pasaba a mi alrededor. Y lo que pasaba a mi alrededor es que mis colegas me preguntaban si me sentía bien. Me acosté un poco en el piso. Al parecer tenía la cara pálida como una hoja de papel no reciclado.
Al rato vino el equipo médico del Samur. Electrocardiograma, control de glucosa en la sangre, presión y pulsaciones. Reacciono bien. Apenas fue una reacción del cuerpo para evitar el dolor. El calor debe haberme afectado un poco. Me recuperé con una sonrisa, di gracias al equipo de emergencias y paso el resto del día en casa, cocinando y durmiendo.
A la noche corre aire más fresco. Abro la ventana de par en par y dejo la puerta entreabierta para que pueda pasar el aire pero no el gato.
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