9 de septiembre. Me fui de Nueva York antes del 9-11 y antes de poder asistir a una charla de Paul Auster, un escritor tan newyorkino como el Empire Estate. Pero al menos pude vivir una historia digna de sus novelas.
Pasé la última noche dando vueltas por Brooklyn Heights, aprovechando el tiempo estival y las vistas de Manhattan. Parecía un buen programa de despedida. Más tarde supuestamente iba a encontrarme con Lisa y unos amigos de ella. La primera vez que la llamé me dijo que ella y sus amigos iban a estar por la zona norte de Brooklyn sin darme mayores detalles. Fui en subte a Manhattan para reentrar a Brooklyn por el norte, y la llamé desde la estación de Lorimer St, de la línea L, para ver por dónde estaba. Me dijo que estaba por salir de un bar cerca de Montrose Avenue y que en un rato se iba a casa. O sea que tendría que cambiar de línea dos veces apenas para verla unos minutos. Mejor arreglar para almorzar al día siguiente.
Sin ganas de volver a casa tan temprano, aproveché para picar algo por la zona. No parecía un barrio muy atractivo sino apenas una estación perdida y poco frecuentada. Entré al primer local que me gustó, un pequeño restaurante venezolano bien arreglado y bastante vacío. Me senté junto a la ventana. Pedí una cerveza negra y un par de empanadas. Al rato veo que pasa una chica escoltada por dos flacos. Me mira con cara de extrañada y yo le respondo con la misma mirada de sorprendido. Entra al bar para cerciorarse de que soy yo. Me saluda efusivamente.
-Ciao! Ma cosa stai facendo qua? Sei per uno dei tuoi soliti giri?
Era Marcella, la fotógrafa veneciana que venía a sacarnos fotos en el curso de teatro en Milán. Se vino con dos amigos a hacer un curso de fotografía y los tres andaban dando vueltas sin rumbo definido para conocer un poco la ciudad.
Ahora no me extraña que Paul Auster escriba sobre encuentros casuales.
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