Otra Navidad lejos de la familia. Fernanda se fue a un pueblo cerca de Londres a pasar las fiestas con un amigo, y yo decidí empacar mi equipo de snowboard y poner rumbo a los Alpes Julianos, a visitar a Gabriel y a Marinka.
En Eslovenia no hay mucho que hacer en invierno, salvo ir a esquiar. El primer día nos levantamos demasiado tarde para desemplovar las tablas de snowboard, así que el plan era dar una vuelta fuera de Eslovenia, visitar un lago cerca de Tarvisio y hacer compras por Austria. Una tarde entre tres países y una cena saboyarada en casa a base de ensalada, raclette con papas, cebolla y crema.
El 24 finalmente fuimos al minúsculo centro de esquí de Velika Planina. Las pistas estaban un poco duras porque hacía días que no nevaba, pero la tarde sirvió para recordar cómo demonios se hace snowboard y así poder terminar bajando pistas a una velocidad razonable sin caerme. Antes de eso, un tropezón me hizo morder la nieve.
Todo venía bien, salvo algún raspón. La puesta del sol fuemagnífica, aunque mi cámara sin batería no me permitió fotografiarla. Volviendo a casa, el auto de Gabriel patinó en una curva a poca velocidad y golpeó contra la banquina. Al parecer las llantas de invierno tienen mal agarre para el asfalto mojado. La cuestión es que el golpe hizo pinchar un neumático y, por ir en curva, el semieje se dobló. Gabriel sacó la rueda y dió como veredicto que teníamos que llamar al remolque.
De vuelta en casa, intentamos olvidar lo sucedido y festejar la nochebuena con una cena alemana: chucrut casero y cerveza.
Hoy es Navidad y no hay mucho para hacer. Sin auto, en una ciudad sin nada abierto y, para colmo de males, resfriado tras la espera de ayer al costado de la ruta. A la tarde puede que me encuentre con una amiga que está aquí de paso. Mientras tanto, almuerzo pasta y disfruto de una Navidad blanca. Nieva copiosamente.