Llegué atrasado a Malpensa, pero a la hora de haber aterrizado ya estaba tomando té en casa de Paola. Milán se vestía de blanco tras una tarde de nieve que poco a poco se fue transformando en llovizna. Al día siguiente desayunamos con calma y salimos a caminar hasta parco Sempione. Paola intentaba convencerme que Milán es una linda ciudad bajo la melancolía invernal. Coincido en que puede tener su encanto, con sus palacios liberty y sus bulevares nevados.
Almorzamos en el Tara, simpático restaurante indio de via Cirillo que parecía abierto apenas para nosotros.
El programa del sábado a la noche fue ir al teatro filodrammatico a ver "La fattoria degli animali" de Orwell dirigida por Bruno Fornasari. Sin animales. Con empleados de una cooperativa que se convierte en algo así como una multinacional inescrupulosa. Interesante giro de tuerca en plena época de derrumbes y escándalos en el mercado financiero internacional.
Después de teatro, fuimos con Paola, Akil y Cló a comer panini y a sumirnos en un ameno debate sobre el poder.
El domingo fue día de lluvia, bueno para tomar un café con helado en el Toldo, perderse por una librería cerca de Brera y cruzar la ciudad para tomar unas cervezas con Max y Roberto, hablando de mujeres y prestando algo de atención a un partido de fútbol.
El lunes pretendí cerrar la cuenta en el banco. No era el momento justo. Huelga de transporte, lluvia, frío y la cereza de la torta: cerraron mi agencia. Un cartel en la puerta indicaba otra dirección, no precisamente a la vuelta de la esquina. Aproveché para renovar mi carta d'identitá, esa reliquia de tiempos fascistas que suelo perder cada dos por tres. Como paso previo, tuve que denunciar la pérdida, lo que siempre es una experiencia interesante. Esta vez me tocó al lado un afgano que venía a denunciar el robo de su móvil y sus documentos en Stazione Centrale, un paraíso de los carteristas. A la noche pasé por casa de Cló y de Akil para dejarles una botella de Rivera del Duero. Akil me grabó la versión animada de Animal Farm, para seguir con la onda Orwelliana.
Y qué pasó con el grupo de teatro? Se han dispersado. Algunos han cambiado de escuela, otros se han tomado una pausa y unos pocos se ven seguido.
El martes intento nuevamente cerrar mi cuenta en el banco. La dirección anotada en la puerta de mi vieja agencia no correspondía a otra agencia, sino a una oficina del banco que apenas recibe el correo. En otra agencia me dijeron que mi nueva agencia estaba a 200 metros de la anterior. Lo cierto es que estaba a 20 metros y no se veía por estar detrás de una cerca con enredaderas. Llegué un minuto tarde, y por supuesto que no me abrieron. Ni siquiera había alguien que me pudiera abrir la puerta.
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