domingo, 8 de febrero de 2009

La ciudad reunida


31 de enero. Alexanderplatz no es el punto más atractivo de la ciudad, pese a la clásica vista de la torre de televisión en lo que fue el centro de poder de la DDR. El frío se hace sentir en las manos aún con guantes. No se ve mucha gente por la calle por más que es viernes a la tarde.
Frente a la estación Rosa Luxembourg me espera Caterina, con su sonrisa habitual. Me acompaña para almorzar mi cotoletta alla milanese. Se bebe mitad de mi cerveza mientras me informa qué hay para ver y hacer en la ciudad. Con una sonrisa llena de esperanza me pregunta si sé hablar alemán.
- Ehhhhh, técnicamente no.
La camarera me mira con una sonrisa perdida típica de quien se ha fumado algo.
Todo está bien en este lugar. La camarera guapa y simpática, la música rockera, las habitaciones silenciosas, la cerveza rubia y amarga y la compañía amena. Hasta parece sospechoso. Cada bar o restaurante parecía frecuentado y atendido por gente feliz.
Tal vez fue el frío, pero las calles de esta capital parecían poco transitadas. Restaurantes y bares cerrados, negocios vacíos en plena época de descuentos y hasta alguna que otra iglesia estaba cerrada al público.
Tal vez la crisis?
La ciudad parece una obra en construcción. O en reconstrucción. Abundan las grúas que levantan modernos ediicios, a veces estéticamente agradables, a veces ni por asomo.
Berlín sigue cerrando cicatrices. Permanecen los terrenos vacíos por donde pasaba el muro. Museos del mea culpa como el Jüdisches Museum, unos pocos restos despellejados del muro, la catedral conservada en ruinas, las postales de la segunda post-guerra, las cruces de los que no consiguieron cruzar vivos, las imágenes del Reichstag en llamas. Y la gente parece de buen humor.
Sombras del pasado. Desde el ojo blanco en el busto de Nefertiti a las calles poco ilumindas de Kreuzberg. La vista del ángel dorado en el Tiergarten bajo una nevada densa. Y gente corriendo tranquilamente o paseando a su perro.
Cena de despedida en el restaurante francés Josephine de la Bergmannstraße. La misma amabilidad, buena comida y precios razonables. Volví tranquilamente en metro a Berlín Oriental, lo que habría sido imposible hace apenas 20 años.

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