13 de octubre. Después de desayunar con calma, desperezarme con calma y almorzar con calma, me encaminé tranquilamente a la estación de Nuevos Ministerios. Ahora que lo pienso, no sé quién le puso ese nombre a una estación. Alguno a favor del aumento de la burocracia.
Demasiado tarde para ir lejos, fui a visitar Alcalá de Henares, cuna según dicen de ese manco que escribió un libraco acerca de un loco que se las arregló para vivir aventuras de caballeros, visitar mujeres de vida ligera y otros personajes manchegos sin gastar un cobre y en compañía de un asistente gordito. Dicen que el manco murió el mismo día que Shakespeare. No consta que se hayan puesto de acuerdo por email.
Volviendo a Alcalá (o mejor dicho, llegando a Alcalá), me di cuenta de que cada vez anochece más temprano.
No tenía mucho tiempo para visitas culturales. Vi un edificio interesante y me metí. Era el Museo Cisneriano, un palacio ecléctico que reune en forma armoniosa restos de otros palacios en demolición, un cuadro del rey Enrique II con la cara de su antiguo propietario y una biblia políglota escrita por un sabio condenado a la hoguera por haberle dado más importancia al arameo que al latín, y salvado por la intervención del rey Don Felipe. Parece que su alteza no quería que su proveedor de biblias terminara asado a la parrilla como San Lorenzo.
Nuestra guía era una estudiante de historia de nombre Sabrina. Cara de haber dormido poco pero aún así derramaba simpatía. Un par de errores gramaticales y un acento extraño delató que no era del lugar. Viene de Argelia.
Siguiendo la tradición de viajar sin guías, seguí dando vueltas al azar. En una plaza, dos chicas tocaban melodías clásicas con un arpa y un violín. O con un arpa y una guitarra. Un arpa había, de eso estoy bastante seguro.
En la calle mayor dos titiriteros entretenían a los pequeños, y una multitud caminaba de una punta a la otra por el placer de caminar.
Pasé por la casa de Don Miguel pero al parecer no estaba. Creo que se fue a Argelia con la guía del Museo Cisneriano. Esta vez el manco no piensa pedir rescate.
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