viernes, 22 de diciembre de 2006

El reencuentro


14 de diciembre. Me despido de Madrid, de Alex y de Paloma. Arrastro otra vez mi valija por la línea del metro hasta Barajas. Me interrogan, compilo varios formularios, paso por los controles de equipaje y de pasaporte, y finalmente me juzgan apto para entrar en Estados Unidos. 10 horas más tarde espero mi conexión en la nublosa Philadelphia. Llego de noche a Miami.
Apenas salgo del aeropuerto percibo dos cosas importantes. La primera es que mi hermano no está a la vista. La segunda es que mi sobretodo es absolutamente prescindible. En Miami hay dos estaciones: una cálida y otra tórrida.
No tengo más crédito en el celular. Busco monedas para hablar de un público. Necesito al menos 50 cents. Le pregunto a un empleado dónde puedo conseguir cambio. Me da los 50 cents sin pedir nada a cambio. Muy gentil de su parte. Por el acento probablemente era cubano. Después que hablen mal de los inmigrantes.
Llamo a mi hermano, que estaba en otro sector del aeropuerto. Cabello largo y enrulado, cara de cansado y panza de sedentario. Necesita unas vacaciones. En su casa mis dos sobrinos, Alessia y Franco, duermen. Los reconozco por las fotos. Los vi por última vez durante una visita relámpago a Buenos Aires, en noviembre de 2002. Fue la última vez que vi a la mujer de mi hermano.
Franco se despierta y le pregunta a su padre con quién está. Me reconoce tal vez por la voz y por los gestos. En eso me parezco mucho a mi hermano. “Vos no sos el tío Fer. Creciste. Vos no te parecés al tío Fer.”
Alessia no necesita que le digan quién soy. Se despierta y abre los brazos para que la abrace. Es más grande y se acuerda bien de su tío.

Foto: cortesia de Paloma C.

1 comentario:

alex dijo...

Hola Fernando,

Ni tu sobrino te reconoce!!! Igual, aqui en Madrid siempre seras el bienvenido, ya sabes.

Un abrazo,

Alex