domingo, 11 de enero de 2009

Ferrara


Tras un paseo corto entre Ravenna, San Marino y Rímini, me encontré con mi querda amiga Paola en Ferrara, una capital de provincia de origen post-romano. Su casco histórico es el castrum bizantino, prisión y avanzada militar para controlar uno de los brazos del Po. Sin embargo, su época dorada llegó siete siglos más tarde de la mano de la reinante casa estense.
El castillo de Ferrara tiene un par de particularidades bastante notables. En primer lugar, fue construido para defenderse... de los propios ferrarenses, que se revoltaron contra los excesos de los gobernantes locales. Un buen caso de ciudadania activa y de gobierno con mano de hierro.
En segundo lugar, por su sistema de exclusas que servían para controlar y tasar el comercio fluvial.
Por suerte para la ciudad, con el paso de las generaciones la familia D'Este fue refinándose en los modos y en el estilo de vida, y pasó a competir con los otros Estados italianos por el mecenazgo del arte y del buen vivir. El palazzo Schifanoia, cuyo nombre proviene de "ahuyentar el tedio", mantiene buena parte de sus frescos de fines del trecento y comienzos del quattrocento, casi comparables con una capilla sixtina en versión señorial, con motivos zodiacales repletos de simbolismo.
Pese al frío de órdago, Ferrara nos dio la impresión de ser una ciudad muy vivible, con su tamaño humano, su gente cordialísima, sus calles encantadoras y llenas de vida.
Dos días resultaron ser pocos. Además del castillo y del Schifanoia, vimos la muestra de Turner, a quien la niebla y la luminosidad fueron poco a poco cobrando mayor presencia en sus paisajes, y al cine a ver L'Ospite Inatteso (The Visitor), una encantadora historia mínima sobre un profesor universitario que cambia tras el encuentro con una pareja de inmigrantes ilegales.
Y sigo con la camareras. La última noche en Ferrara cenamos en la Trattoria Noemi. La moza que nos atendió, con la habitual simpatía local, tenía un aire que me hacía acordar a mi ex novia favorita.

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