domingo, 26 de agosto de 2007

Epílogo

26 de agosto. No me puedo quejar. Debería hacer calor pero agosto ha sido un mes fresco. Está algo nublado y corre una brisa ligera. Ayer anoche llovió. Hoy es domingo y el barrio parece desierto. Una cafetera humea en la cocina. Café para las visitas, mate para mí. Desayuno y escribo.
Hace ya dos meses que he vuelto de la India. O sea, casi dos meses desde que se terminó mi año sabático. Desde entonces me he despedido de Ljubljana y de Milán, he pasado el cumpleaños de mi padre entre Carcassonne y Perpignan, comiendo magret de pato, queso de cabra y paté de foie, y he festejado mi cumpleaños en mi nuevo hogar, en Madrid. En otras palabras, sigo yendo de un lado para otro.
Hace un tiempo mi padre me recomendó que leyera a Sandor Márai. Casualmente fue poco después de haber pasado por su ciudad natal, Kosice, y hasta de haberle sacado una foto al monumento que le hicieron sin saber entonces quién demonios era ese tipo. Hoy su novela “Confesiones de un burgués” yace sobre la mesa de la sala. En la contratapa está escrito que Márai escribió esta novela de formato autobiográfico cuando tenía 34 años. Casualmente, mi misma edad.
Habla de sus muertos, los que viven en sus gestos, en su cráneo, en su manera de fumar, de hacer el amor, de alimentarse. “Como y bebo ciertas cosas por encargo de ellos.” Siguiendo con el mismo tema, ayer pasamos tarde y noche sentados frente a la pantalla de plasma, con mi nueva coinquilina y con una amiga suya, viendo viejos capítulos de una serie que tiene que ver con los muertos. “Six feet under”, sobre una familia que tiene una funeraria. El padre muerto es una presencia constante. Cada miembro de la familia lo sueña y dialoga con él. También dialogan con otros muertos, que les hacen ver situaciones de sus vidas con otros ojos.
Vuelvo a Márai. “La ‘personalidad’, lo poco que tú mismo te añades, es una nimiedad en comparación con la herencia que los muertos te dejan. Personas que ni siquiera he llegado ha conocer sobreviven en mí: se ponen nerviosas, escriben novelas, albergan deseos y luchan contra sus miedos en mí. Mi rostro es la copia exacta del de mi abuelo materno; las manos las he heredado de la familia de mi padre; mi temperamento es el de algún antepasado materno. En momentos determinados, cuando me molesta algo o tengo que tomar una decisión repentina, probablemente pienso, hablo y actúo igual que habría pensado, hablado y actuado mi bisabuelo materno en su molino de Moravia hace 70 años.”
Condicionados por lo que ha muerto y no ha muerto. Mi año sabático se ha terminado y ahora lo voy digiriendo poco a poco. No he cambiado ni de religión, ni de valores, ni de personalidad. Ni siquiera de dieta o de hábitos. Hoy peso lo mismo que antes de iniciar mi viaje. Hablo, como y actúo como la persona que fui antes de haberme ido. Respondo a su mismo nombre y soy dueño de todas sus cosas. Sus amigos son los míos y mía es toda su familia. Trato de llevar adelante sus proyectos de vida y relato mis pasos en su blog.
Tal vez debería crear un nuevo blog o al menos cambiarle el título. Como en una película: “El regreso del viajero”, o el de una serie: “El viajero, segunda temporada”.