lunes, 22 de septiembre de 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

Una digna de Paul Auster


9 de septiembre. Me fui de Nueva York antes del 9-11 y antes de poder asistir a una charla de Paul Auster, un escritor tan newyorkino como el Empire Estate. Pero al menos pude vivir una historia digna de sus novelas.
Pasé la última noche dando vueltas por Brooklyn Heights, aprovechando el tiempo estival y las vistas de Manhattan. Parecía un buen programa de despedida. Más tarde supuestamente iba a encontrarme con Lisa y unos amigos de ella. La primera vez que la llamé me dijo que ella y sus amigos iban a estar por la zona norte de Brooklyn sin darme mayores detalles. Fui en subte a Manhattan para reentrar a Brooklyn por el norte, y la llamé desde la estación de Lorimer St, de la línea L, para ver por dónde estaba. Me dijo que estaba por salir de un bar cerca de Montrose Avenue y que en un rato se iba a casa. O sea que tendría que cambiar de línea dos veces apenas para verla unos minutos. Mejor arreglar para almorzar al día siguiente.
Sin ganas de volver a casa tan temprano, aproveché para picar algo por la zona. No parecía un barrio muy atractivo sino apenas una estación perdida y poco frecuentada. Entré al primer local que me gustó, un pequeño restaurante venezolano bien arreglado y bastante vacío. Me senté junto a la ventana. Pedí una cerveza negra y un par de empanadas. Al rato veo que pasa una chica escoltada por dos flacos. Me mira con cara de extrañada y yo le respondo con la misma mirada de sorprendido. Entra al bar para cerciorarse de que soy yo. Me saluda efusivamente.
-Ciao! Ma cosa stai facendo qua? Sei per uno dei tuoi soliti giri?
Era Marcella, la fotógrafa veneciana que venía a sacarnos fotos en el curso de teatro en Milán. Se vino con dos amigos a hacer un curso de fotografía y los tres andaban dando vueltas sin rumbo definido para conocer un poco la ciudad.
Ahora no me extraña que Paul Auster escriba sobre encuentros casuales.

Ground Zero



9 de septiembre de 2008. A 7 años del derrumbe de las Twin Towers y otros edificios vecinos, nada parece resurgir de entre los escombros salvo unas grúas y unas estructuras a mitad de camino entre cimientos y escombros. Del proyecto oficial puede que salga un coloso diseñado por Calatrava. Personalmente preferiría ver un pequeño jardín botánico, aunque suena demasiado ambientalista para que lo tomen en serio.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

lunes, 15 de septiembre de 2008

Entre Harlem y Mali


6 de septiembre. Un día de 30 horas no es lo usual. Salí de Frankfurt a la tarde y conseguí dormir un par de horas de siesta en el avión. Cuando llegué al aeropuerto JFK recién anochecía. La cola para el control de pasaportes era larga. Cuando tocó mi turno, el oficial de inmigración me dice que llené las casillas erradas. Siempre lo mismo. Perdí otros cinco minutos pero no pasé de nuevo por la fila larga.
Dígito pulgar derecho, dígito pulgar izquierdo, scanner del pasaporte, foto y adelante. Dentro de todo hicieron rápido. No despaché equipaje, así que a la media hora de haber aterrizado ya estaba oficialmente en Estados Unidos.
Hasta Jamaica Station no tuve casi ningún problema. Pagué el boleto con los pocos dólares que le cambié a un turista alemán que luchaba contra la expendedora de billetes. Las tarjetas de débito europeas no aceptan un gasto en Estados Unidos de apenas 5 dólares, así que no queda otra que pagar en efectivo. Compré una metro card para andar en subte y seguí las instrucciones para llegar al depto de mi amiga Lisa en City College. El viaje en subte me pareció interminable.
Finalmente salgo del subte y veo Nueva York por la primera vez, de noche, después de la lluvia, con calor y humedad y en un barrio decadente rodeado de latinos. Podría estar en Santo Domingo, pero la arquitectura no tiene nada de latinoamericana.
Cuando llego al depto de Lisa toco el timbre pero nadie responde. Intento llamarla pero me encuentro con un nuevo problema: mi económico celular europeo es incompatible con la red de Estados Unidos. Busco un teléfono público y me encuentro con un nuevo problema: necesito cambio en monedas. En un restaurante chino consigo que me cambien un dólar. Llamo a Lisa y me dice que la espere en casa, que si su compañera de piso no me abre la puerta, ella llegaría en unos minutos.
Vuelvo a su edificio y esta vez una chica me abre la puerta. Por la cara que tenía, se nota que se acababa de despertar.
Lisa me encontró semidormido sobre el sofá. Sigue siendo la chica encantadora que conocí un año antes en un bar tibetano dando clases de inglés. Me preguntó si estaba con ganas de escuchar jazz con un par de amigas suyas. Le dije que vine a conocer Nueva York, no a dormir.
Fuimos en taxi, en dirección a Harlem, hasta un pequeño pub. Tocaba un grupo de músicos al parecer de Mali, de Niger y de NY. Un par de africanas se contorsionaban rítmicamente cerca del escenario. El bar no estaba muy lleno y nadie fumaba. Fusión de jazz con ritmos y letras de África Occidental. Ambiente cordial y consumo moderado de alcohol.
La música era simplemente fantástica.
Lisa me preguntó si me gustaba el lugar. No pude menos que responderle con una gran sonrisa.

domingo, 14 de septiembre de 2008