miércoles, 25 de junio de 2008

La Malvarosa



21 de junio. Casi no noto mosquitos, pero basta caminar un par de cuadras para que caigan las primeras gotas de sudor. Desayuno con Ale, a la que le acaban de robar la bicicleta verde que le regalamos para su cumpleaños. Pero bueno, ha empezado una buena jornada. Los mozos del bar bromean sobre la bicicleta robada. Dicen que la tienen ellos guardada. Una chica preciosa deja justo su bicicleta sin candado. No la pierdas de vista! Ella a la bicicleta y yo a ella.
Café con leche, una brioche y falta el diario. Lo compro antes de almorzar un poco de pescado crudo.
Via Torino está insoportable, entre el calor y la gente. Busco un lugar con aire acondicionado y termino en el cine. Pasan Gomorra, basado en historias del libro homónimo. Me recuerda un poco a mis viejos pagos.
Tomo un helado con Pat y una Guinness antes de que empiece el espectáculo. Mis amigos de teatro presentan La Malvarosa. Pequeñas escenas robadas de Harold Pinter sobre las relaciones de pareja. Que el matrimonio es una cadena tan pesada que se necesitan al menos tres personas para cargarla. Al parecer Pinter concebía al matrimonio como un acto masoquista. Allá él.
Bien por el resto. Por los 15 más uno (el director, Fabio) que se subieron al escenario, por el saxofonista, por la productora artística (Giulia), y por el público, salvo por el cretino que dejó el celular encendido, y por las viejas hinchapelotas que hablaron buena parte del tiempo como si estuvieran en el living de su casa, y por los desubicados que sacaron fotos con flash a pocos metros del escenario.
Al final, no hay nada como tomar algo con los actores después del espectáculo, dejarlo a Akil de fotógrafo por un rato no muy largo, relajarse en buena compañía, mirar las caras sudadas y cansadas, intuir en qué estado de ánimo se encuentra cada uno, hacerse amigo de la noche, y desaparecer entre besos y saludos más o menos afectuosos.

El vino del estío



De repente paró de llover. Ya no hay noches frescas. La luz tardía me lleva a merendar a las 21 y a cenar un par de horas más tarde. No hay casi nada en la heladera, salvo una botella de Veuve Clicquot y una torta de Alcazar. Casi nada. De los ventanales de casa las marionetas saludan al sol. Escribo, bebo té, como queso y pruebo los cada vez menos frecuentes sorbos de vino. Cuesta dormir. Cuesta trabajar. Cuesta escribir. Por las terrazas de Madrid miro la gente pasar. El calor no solo afecta a las hormigas.

jueves, 5 de junio de 2008

De vuelta a la rutina


La lentitud. Ya siento nostalgia de Cataluña...

martes, 3 de junio de 2008

Besalú


A mitad de camino entre Oulot y Girona está Besalú, con sus calles y su puente de piedra en proceso de reciclaje, sus poco más de 2 mil habitantes y sus cozy shops. Me bajo del autobús y veo los nubarrones, más dispuestos a mojarme que un niño en pleno carnaval. Algo me dice que es hora de almorzar.
En la ciudad no se come mal, y la atención es buena. De los mozos a los comensales, todos parecen pasarla bien. Pido un tagliat (un cortado), la cuenta, y salgo a conocer la ciudad.
Ya no llueve.
Cuando llego hasta un mirador y veo el puente medieval, decido pasar la noche acá.
Veo un local que hace pizza y empanadas. Pasan música brasileña y lo atiende una chica muy guapa. Debe haber un argentino por algún lado. Le pregunto a la chica y me confirma que su novio es argentino. Le dije que me di cuenta por la comida y por la música.
- ¡Pero si la música es brasileña!
Hay cosas que es inútil explicar. Supongo que los catalanes no son fanáticos de la música francesa.